martes, 26 de julio de 2011

El mago Yen Sid

Los asientos de aquel vagón de tren eran increíblemente cómodos, además de amplios, los tres estábamos sentados en el mismo asiento, sin invadir el espacio vital del otro. Yo estaba situada en el medio ya que Lea quería quedarse junto a la ventana, mientras que Ioru no quería sentirse aprisionado.
La noche anterior había dormido fatal, el suelo era más duro de lo que me esperaba, sin olvidarnos que parecía un tempano de hielo. El sentarme en aquel sitio tan cómodo hizo que me entrara sueño rápidamente, como si me hubiera tomado un somnífero. La cabeza se me iba de un lado para el otro, seguramente sin los codazos que me metía Ioru me hubiera echado un sueñecito muy bueno.
No tardamos mucho en llegar al lugar donde quería llegar Ioru. Sinceramente no tenía nada, solamente una alta torre. Descendimos los tres del tren y este desapareció. Me quedé perpleja pero no pregunté, estaba segura de que no obtendría respuesta a mi pregunta.
Ioru miraba de un lado para otro, sin moverse del sitio. Yo, sin embargo, me puse a avanzar hacia la torre, me apostaba lo que fuera a que quería ir allí. ¿A dónde si no? No había nada más. Siempre me habían dicho que era muy aventurera y que algún día me arrepentiría de ello. Aquel día lo comprobé con mis propios ojos. Estaba a cierta distancia de Lea e Ioru cuando comenzaron a salir sincorazón de la nada. Dos se acercaron a mi con intención de atacarme, pero nadie venía a salvarme. Estaba atónita ¿por qué no se movían? Cuando me di la vuelta me fijé en que ellos también estaban siendo atacados. Estaba dispuesta a agacharme y a cubrirme, cuando de mi mano derecha surgió algo. Era parecida al arma de Ioru, pero algunos aspectos eran distintos, como el color. Al contrario de la de mi compañero, la mía era roja y negra. La forma del mango tenía forma de enredadera, es más, se enrollaba a mi muñeca dándole una total sujeción. Cuando me di cuenta, realmente, de lo que tenía en la mano comencé a mirar a los bichos, después a Ioru y después al arma. Tras ello me puse a gritar asustada ¿cómo narices había llegado eso a mi mano?
- ¡Ioru!, ¡Ioru!- grité- ¿Qué narices es esto?
Cuando le miré, sus ojos me miraban perplejos. Ellos ya habían acabado con los sincorazón y yo sin embargo continuaba rodeada por ellos. Ioru y Lea vinieron en cuanto pudieron y acabaron con ellos. Al desaparecer todos caí al suelo de rodillas, tras ello me acurruqué en el suelo. Miraba una y otra vez el arma que tenía en las manos, cuando de repente, desapareció. Tanto Lea como Ioru se agacharon junto a mí. Sentí como la mano de Lea me retiraba el pelo de la cara, al igual que la mano de Ioru acariciaba mi mejilla. No me hicieron levantar, uno de los dos, no adiviné cual, me llevó en volandas hasta la torre.
Dentro de la torre conseguí ponerme en pie, las miradas atentas de mis compañeros vigilaban todos mis movimientos.
-¿Alguien me puede decir que ha pasado? Necesito respuestas.- dije acongojada- Ioru, ¿que era eso?¿era cómo tu arma?
- No se que ha pasado, espero que el maestro Yen Sid nos proporciones respuestas.- contestó.
-¿Yen Sid?¿El famoso hechicero Yen Sid?- dijo Lea con entusiasmo.
-Así es, Lea. Este es su hogar.
Los tres subimos las largas escaleras que separaban el vestíbulo del santuario de aquel famoso mago. Yo no había oído hablar nunca de él, pero tal fue la cara de entusiasmo que mostró Lea que tuve que creerle de inmediato. Llegamos a los alto de las escaleras y la puerta se abrió sola. Tras una enorme mesa llena de papeles, la figura de un anciano vestido con una túnica azul y una larga barba gris, se alzaba erguida.
-Bienvenido, Ioru- dijo una voz profunda- y acompañantes.

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