lunes, 13 de septiembre de 2010

Nuevo Mundo

Al montarme en la nave de Cid no me sentía muy segura de lo que estaba haciendo, pero tampoco me iba a quedar esperando al idiota de Ioru.
La nave se tambaleaba en ocasiones y no podía reprimir el impulso de agarrarme al asiento. Cid soltaba una efusiva carcajada cuando me veía encogida en el sitio y aferrándome a aquello que pillara.
No pasó mucho tiempo hasta que Cid dijo.

-Agarrate fuerte; vamos a aterrizar.

Tragué saliva y al instante ya estaba agarrada al asiento y apretando los dientes.
Un fuerte estruendo me señaló que ya estábamos fuera de peligro.

Al salir de la nave el sol impactó contra mis ojos e hizo que me tambaleara. Apresuradamente, mi nuevo compañero me agarró de los hombros.

-¿Estás bien? No tienes buena cara.
-Si. Solo me he mareado por el sol; me ha cegado en un momento.
-Bien, no tengo otra opción.

Antes de que pudiera abrir los ojos Cid me cogió depositando todo el peso en sus antebrazos. Intenté bajarme pero claramente aquel hombre era más fuerte que yo.
Permanecía con los ojos cerrados. Mi único contacto con el entorno era el oído y el olfato. Olía a primavera, a flores en plena vida. Se escuchaba la voz de unos chicos gritando, riendo... disfrutando en sí. El correteo de los niños hacia nosotros era intenso, sus pisadas no dejarían a un insecto que habitara en el suelo, vivo. Todos gritaban a la vez.

-¿Que ha pasado, Cid?- preguntó uno.
-¿Enemigos? Dime en que lugar y acabaré con todos.- dijo otro más gallardo.
-Chicos tranquilizaos, solo es que no se encuentra bien. Hemos venido de Ciudad de Paso y el Sol de Vergel Radiante la ha cegado. Vosotros no lo notáis pero, quien no vive aquí sufre daños por el resplandor del sol.

Conseguí abrir un poco los ojos. Un chico castaño y otro rubio platino. Ambos miraban al horizonte, justo donde se hallaba el sol.

-¿Tanto daño hace, Cid?-preguntó el castaño.
-Sí, Squall. Puede dejarte incluso ciego.
-Maldito sol, si solo fuera un poco más fuerte te vencería- el rubio parecía lleno de poder.
-Cloud, Cloud... no te sulfures y no digas cosas que en realidad son imposibles. Y más aún tratándose de ti. El otro día vi como Tiffa te pegaba y no eras capaz de defenderte.

El chico enrojeció y trató de cubrirse con algo, pero todas las miradas le traspasaban y se reían. Pero tanto él como yo sabíamos que no había nada de malicia en esas risas.

Entre carcajada y carcajada vi como otro chico, este bastante más mayor, se acercaba a aquel corrillo que habían formado. Revolvió el pelo del llamado Cloud varias veces y esbozó una sonrisa. Ese chico era magnífico. Esa cara, ese porte...

-¿Que hacéis todos aquí?- preguntó.
-Oh Lea, que bien que estás aquí, pégales a todos se han reído de mí.
-Eso te pasa por decir mentiras- soltó Cid- Pero hay una cosa en la que coincido con Cloud. Que bien que estés aquí.
-No se por qué pero... esto me huele muy mal. Cuando Cid quiere verme es que algún muerto quiere cargarme.
-Uhm... muerta, no está muerta, solo algo ciega. Me gustaría que la llevaras a casa de Merlín y que se quedará tumbada unas horas. Dile al viejo mago que la trate bien.
-Tratándose de ti, esto es casi como una bendición tras todos los trabajos sucios que me has hecho hacer.

En un segundo pasé de unos brazos a otros, y esto no era una bendición para él, sino para mí. Menudo hombretón me iba a llevar a casa de ese tal Merlín. Me había tocado la lotería. Ese cabello rojo fuego abarcaba mi pequeña mirada deslizada entre mis parpados entrecerrados. Su olor era intenso y embriagador, pero adictivo. Debió sentirse observado en algún momento ya que de repente sus ojos verdes me estudiaban.

-Así que estás medio ciega ¿verdad?
-Sí, aunque voy recuperando algo de vista.
-Eso está bien. Eres de fuera ¿me equivoco? La luminosidad del sol aquí es algo... esplosiva para los forasteros.
-Si, ya me he dado cuenta de ese detallé.

Rió de manera grácil y a la vez sencilla.

-¿De dónde eres? Si me permites la pregunta.
-Soy de... bueno si te refieres al lugar de donde he venido con Cid es... como era... Pasada, Pas...
-¿Ciudad de Paso?
-Sí, eso. Ciudad de Paso.
-Eso está lleno de sincorazón ¿que hacías allí sola?
-Es una larga historia.

Frente a nosotros una pequeña casa con puerta de madera se erguía sobre sus cimientos de piedra. Sin llamar a la puerta y de una patada abrió la puerta de la estancia. Tras ella un hombre mayor con larga barba blanca y sombrero picudo nos esperaba sujetando un palito simulando una varita como la de los cuentos.

-A ti no hay quien te sorprenda, Merlín.
-Nunca cambiarás Lea, llevas casi 20 años haciendo lo mismo. ¿Y aún te extrañas de que no te pille?
-Bueno, pues... de parte de Cid aquí te traigo a... Mierda no te he preguntado el nombre-dijo Lea con cara de que se le cayera el mundo encima.
-Reika. Me llamo Reika.

Lea sonrió.

-Te dejo a Reika y me ha dicho que la cuides bien, que está medio ciega. Aunque por el camino ha dicho que se está recuperando.
-Una cosa Lea... ¿Por qué no te quedas tu aquí con ella?-dijo enarcando una ceja- tengo cosas que hacer.
-Pero...
-No hay peros joven. Quédate y cuídala, si no... Cid se enfadará contigo.

El viejo Merlín nos sorteó y cerrando la puerta a sus espaldas nos dejó a Lea y a mí atónitos por su tan repentina decisión.





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