martes, 28 de septiembre de 2010

"Tú quieres, yo quiero"

Mi vista volvía a ser la de siempre. Podía ver con claridad como Lea seguía sentado en aquella silla de mimbre con los pies sobre la cama. Su cabeza estaba algo elevada, como si mirara al techo. Aprovechando que estaba fuera de su vista me estiré con todas mis fuerzas; el estar allí tumbada me estaba dejando la espalda destrozada, ya que la cama no era demasiado cómoda. Mi cuerpo entero se relajó tras esa cómoda costumbre del ser humano. Cuando me quise dar cuenta Lea me estaba mirando fijamente, disimulando una risita con sus labios fruncidos. Bajó los pies de la cama sin quitarme el ojo de encima. Esperaba que, tras su inquietante mirada, me dijera algo pues parecía querer comentar algo solo que su boca no se abría bajo ningún concepto.

-¿Ocurre algo, Lea? Me estás asustando.
- No, solo que... tienes una forma muy peculiar para estirarte.
- ¿Peculiar? ¿A que te refieres?- me quedé pensativa unos instantes hasta que caí en algo importante- Espera... ¿me has visto? Pero si estabas dormido...
-Ese gemido tan placentero creo que lo ha escuchado Merlín, dondequiera que esté.- su risa reprimida cada vez era más evidente.- Además, lo de peculiar era porque pareces un hombre estirándote.
-Eres un grosero, Lea. Esas cosas no se dicen-dije sonrojándose por la vergüenza- aunque sean ciertas.

La risa insolente de Lea pronto se convirtió en una sonrisa amable. No lo había dicho con mala intención, solo pretendía avisarme de que me había visto. Aún así, hubiera sido más feliz si no lo hubiera dicho.
Lea se levantó de la silla manteniendo aquella sonrisa en sus labios. Colocó el asiento en su lugar correspondiente, junto a la mesa, donde se apoyó pensativo durante unos instantes. Alarmada, a los pocos minutos traté de levantarme. Me incorporé tratando de hacer el menor ruido posible, pero como si se tratara de un felino, Lea consiguió escuchar como me levantaba. Volvía a mirarme fijamente. Sin decir una palabra se acercó a la cama y con un suave empujón volvió a tirar mi cuerpo sobre el colchón. La mueca en sus labios seguía pero ahora... tenía algo distinto, era un risa pícara y perversa. Ese tipo de gestos para mi eran muy malos; mi carne era demasiado débil con los hombres. Empujándome con sus manos me acercó hacia la esquina de la cama que daba a la pared, y sin decir nada, se tumbó junto a mí. Mi cuerpo se petrificó en ese instante, esta situación era demasiado peligrosa, debía continuar mirando hacia el techo, sin moverme, o algo pasaría y me arrepentiría enormemente. Noté los ojos de Lea fijos en mí de nuevo. Mi cuerpo continuaba inmóvil y él se había dado cuenta.

-Reika, ¿te encuentras bien?-dijo alarmado- no tienes buena cara.
-¿Por qué te has tumbado?- mi voz temblorosa era casi imposible de entender.
-Me dolía la espalda de estar ahí sentado. Esa silla está dura como una roca. Además... no hay nada de malo que me tumbe a tu lado, me apetece estar a tu lado.

Mis hormonas eran incontrolables. Lea no podía estar haciéndome esto, era inhumano después de la excitación que había sufrido con Ioru. Pero al contrario que con el capullo ese, con Lea no me lo iba a pensar dos veces y a la mínima oportunidad saltaría sobre como una salvaje. El chico se giró dirigiéndose hacia mí. Sostenía su cabeza con una de sus manos mientras que con la otra acariciaba ligeramente mi rostro; desde la sien hasta la barbilla numerosas veces. Mi boca estaba a falta de saliva, se había secado en unos segundos. Torné la cara. Sus verdes ojos me miraban lujuriosos. Mordiéndose el labio inferior continuaba deslizando su mano por mi cara. Realmente eso era un infierno.

-¿A qué esperas?-preguntó Lea- Sabes lo que quiero, y yo se lo que quieres. ¿Por qué andarnos con tapujos?
-Esto no está bien.
-Está bien porque ambos lo deseamos ¿lo captas?- la mano que me acariciaba se metió debajo de mi camiseta- No esperes más.

El roce cálido de la mano de Lea sobre mi vientre me enturbiaban aún más la mente. Giré mi cuerpo por completo. Ahí estábamos los dos, unos completos desconocidos hormonados hasta la saciedad. Rodeé el torso de Lea por debajo de su ropa. Era suave y cálido, como la arena árida del desierto. Acercó sus labios a los míos, y una vez que se tocaron, la pasión nos hizo perder definitivamente la cabeza.

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