domingo, 24 de octubre de 2010

Te encontré

Mientras Lea continuaba pensando en aquella debilidad que me había mostrado, me levante y miré por la ventana. La calle continuaba desierta. El mago no volvía y aquel muchacho permanecía con la mirada perdida. Regresé junto a él, sentándome en aquella vieja cama en la que había estado tumbada demasiado tiempo. Agarré las manos de Lea, y solo así este reaccionó. Sus ojos brillaban, conteniendo todas esas lágrimas que no era capaz de derramar.

-Vamos Lea, no te me vuelvas depresivo. ¿Estoy aquí, no? No estás solo, no lo vas a estar más, así que vuelve a mostrarme esa sonrisa tan asquerosamente adictiva que tienes.

Apreté sus manos tan fuertemente que el muchacho pegó un bote. Su boca se convirtió en una tibia sonrisa de agradecimiento.
Una ráfaga de aire repentina, abrió la puerta de un golpe, asustándonos hasta tal punto que me caí de la cama. Mientras notaba como Lea se iba recuperando, ya que oía como tenía que contener una carcajada, me levanté y cerré la puerta. Cuando volvía a la cama, de nuevo, la puerta se abrió. Llegué a pensar que el tiempo me estaba tomando el pelo. Me di la vuelta y volví a cerrarla. De regreso a la cama el suelo tembló fuertemente. Un terremoto fue lo que pensé primero. Lea me recogió antes de que cayera al suelo y me sentó en el colchón. Miré el suelo atentamente. El temblor no era continuo. Un grito ensordecedor captó nuestra atención.

-Lea, ¿que diablos ha sido eso?
-No lo se, pero no debe estar muy lejos.
-Venga, vamos a ver que es.
-Reika, puede ser peligroso.
-Me da igual, vamos.

Me puse en pie de un salto justo cuando otro temblor hizo que me tambaleara y cayera sobre la cama. Volví a levantarme cogiendo a Lea de la mano y tirando de él. Ambos salimos de la cabaña  y esperamos a que lo que quisiera que fuera eso volviera a gritar. No tardó mucho en llegar aquel horrible sonido. Cuando supimos de donde venía Lea y yo salimos corriendo por los callejones hasta llegar a ello. No muy lejos de nosotros se encontraba un gigantesco monstruo negro, casi parecía una sombra. Lo que más perpleja me dejó fue ver a Ioru frente a él.

-Ioru, cuando te cargues a ese bicho, saldaremos cuentas






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